martes, 31 de julio de 2007

Érase una tierra maravillosa

Érase una tierra maravillosa que un mal día dejó de serla. De su siempre verde y florida huerta, sólo quedaban lienzos y fotografías, ventanas mirando a un ayer congelado. Sus pueblos hermosos, sus callejuelas estrechas y dormidas escalando por la ladera del cabezo hacia un soberbio y monumental castillo vigía, habían sido sepultados bajo horribles edificios o adosados, o por el olvido pertinaz de sus hijos por lo que fueron y donde vivieron. De sus campos de almendros u olivos, sólo quedaban sus raíces bajo toneladas de cemento y urbanizaciones horteras, que ya nadie habitaba. Su bello y luminoso Mar Menor, donde antaño el caballito de mar buceaba libre y señorial, ahora era una cloaca espumosa, cercada por hileras de fachadas que contemplaban sin piedad a su víctima agonizante.

Érase un pueblo que ya no recordaba su identidad ni encontraba su vereda, su caminico de tierra entre naranjos en flor, ni hallaba rastro de sí mismo, del habla de sus abuelos, sus costumbres, su forma de vida sencilla y humilde, su historia, sus raíces al fin y al cabo. Érase una tierra murciana que entre todos la habíamos dejado morir, sin escrúpulos, por un puñado de malditos euros.

Fdo:

Javier García M.



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